Mi nombre es Medusa. Y de todas las nebulosas del espacio sideral, yo soy la más glotona. Dicen que las nebulosas somos cruciales para el correcto funcionamiento del universo. ¿Correcto funcionamiento? ¿A quién se le ocurrió decir que el universo tiene que funcionar de una determinada manera? Hace milenios que aquí arriba aprendimos que la belleza está en el Caos. ¿Chronos? Un vulgar farsante. En su momento mandamos a la Tierra a nuestro profeta Pollock. Pero nadie quiso hacerle caso.
Hablemos de mí. Yo soy aquella nebulosa que decidió ser algo más. Cuando nací me dijeron: eres parte esencial de la creación, de tu vientre nacerán las estrellas que poblarán el universo. Pero reflexioné. Reflexioné y me dije que yo no iba a ser otra más de aquellas nebulosas obligadas a ser madres desde su nacimiento. Así que cambié mi sino. De ser creadora de estrellas, pasé a ser devoradora de mundos. Nada se me resistía. Ya hubiera querido Galactus una ínfima parte de mi poder.
Pero, en fin, así se dieron las cosas. Y aunque estoy contenta porque conseguir revertir el destino que me tenían preparado, no todo fueron dulces meteoritos y sabrosas vías lácteas. Ya se sabe: luchar contra el patriarcado intergaláctico a diario es agotador y te pasa factura a la salud. Es por eso que he tenido que apuntarme a un grupo de apoyo para superar mi adicción a comer mundos, se llama GULA (Gomias Unidos sin Límites Anónimos), y es allí donde he conocido a Adam Kellov y a su vecino One. Tengo el presentimiento de que haremos buenas migas. De modo que no sé qué nos deparará el futuro, pero al menos tengo la convicción de que lo afrontaremos unidos.
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