martes, 19 de marzo de 2019

Actividad IV. Mi otro yo.

¿Quién no recuerda haber pensado de niño en la existencia de seres y paisajes fantásticos e imaginarios? ¿Quién no ha imaginado alguna vez algún monstruo o a un ser desconocido en calidad de amigo o villano? Pues bien, yo nunca he cuestionado la existencia de ellos, básicamente porque yo soy ese ser fantástico. Me llamo Moura, vivo en Gomesende (Ourense), un pueblo muy cercano a la Sierra de Moura (de ahí mi nombre) y soy vampira. Procedo de una estirpe centenaria de vampiros asesinos y sangrientos, pero no os preocupéis, porque mi familia y yo somos veganos. Únicamente nos alimentamos de la sangre de animales, la sangre humana no es lo nuestro. Además, yo no tengo ni colmillos, de esta forma, tengo que beber la sangre  en vasos con pajitas. Mi situación dental me ha transformado en una auténtica perezosa, esperando siempre con ansiedad la comida que dan caza otros. Por este motivo, quiero ser dentista. Creo que unas buenas prótesis dentales arreglarían este gran complejo que me perturba, ya que siempre estoy escondiendo mi boca. Asimismo, nuestras peculiaridades son un blanco de burlas para el resto de vecinos vampiros, que también viven en nuestro pueblo. No podemos exponernos al sol, puesto que nuestra piel adquiere un color escarlata preocupante para los humanos, aunque realmente nuestro remedio para paliarlo es el mismo que el del resto de personas cuando se queman, por ejemplo, en la playa: un poco de aftersun y arreglado. Es por ello que vivimos en Galicia, puesto que, como sabréis, las precipitaciones y los frentes fríos y húmedos son abundantes en comparación con el resto del país.


Lo que los demás vampiros no saben, es que un día extremadamente soleado, mientas daba un paseo por el campo, empecé a sentirme hambrienta y me comí la flor de los almendros, ya que debido a la inexistencia de mis colmillos me es imposible dar caza a ningún animal. Minutos después observé como el color rojo carmesí de mi piel desaparecía por completo. 

En el colegio, todos los niños vampiros a la hora del recreo nos alojamos en una zona sombría y solitaria, debajo de unas grandes escaleras, para evitar cualquier rayo de sol. Macábrula, que siempre se ha burlado de mi y de mi familia, especialmente de mi por la falta de mis colmillos, estaba asombrada, ya que había observado como día tras día soleado, yo me exponía al sol sin ningún tipo de repercusión. Una mañana, voló hacia la ventana de mi habitación y visualizó como desayunaba una bolsa entera de flores de almendro. A partir de ese momento, Macábrula se convirtió en mi gran enemiga, ya que le confesó a todos los vampiros del pueblo que había descubierto un gran hallazgo, en el que las flores del almendro permitían exponernos al sol delante de los humanos. Por tanto, se atribuyó ella solita el mérito. Estoy segura que ni Adina es capaz de valorar a esta ruin villana. Pero bueno, como soy tan perezosa, no tenía gana alguna de dar explicaciones de quien fue realmente la que descubrió este remedio, ni quería malgastar fuerzas discutiendo con Macábrula. 

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