Beethoven
rayaba los treinta años. Era el año 1801. Hacía poco había perdido a uno de sus
más queridos amigos. Se sumergía en el horror de la tristeza que le provocaba la
muerte.
Ahogado
en una fuerte depresión, una noche quiso dejarse llevar por su
angustia y junto a un amigo caminó por las calles de Bonn hasta llegar a un
barrio muy pobre. Se sorprendieron al oír música, ya que una melodía muy bien
interpretada surgía de una de las casas más humildes de la zona. Beethoven,
atrevido como de costumbre, cruzó la calle, abrió la puerta de un empujón, e ingresó
a la casa sin anunciarse. La habitación era precaria, y estaba iluminada por
una débil vela y sentada junto a un sencillo piano, vio una frágil y enferma mujer
que tocaba algunas notas. Dónde aprendió a tocar fue lo primero que le preguntó
el maestro. La joven había aprendido a tocar escuchando a una de sus vecinas, puesto
que esta practicaba las obras del mismo Ludwig Van Beethoven cada día. Otro
detalle, sin embargo, llamó aún más su atención: la joven estaba ciega. Entre charlas y música Beethoven sintió la
necesidad de darle a la mujer algo a cambio de su tiempo y su gentileza. Ella
respondió que él ya le había dado mucho a través de su música.
— ¿Qué otra cosa más podría darle? preguntó el maestro.
— ¿Qué otra cosa más podría darle? preguntó el maestro.
La
mujer respondió que aquello que ella quería, ni siquiera él podría dárselo.
— ¿Qué es? — insistió Beethoven.
— ¿Qué es? — insistió Beethoven.
— Un claro de luna, puesto que observar la luz de
la luna era aquello que me tranquilizaba y liberaba de mis penas. — dijo la joven.
Beethoven,
entrando ya en la sordera y como gesto de agradecimiento, compuso para la dulce
joven una de las piezas más maravillosas y magistrales de la historia de la
música, Claro de Luna. Sabía que estaba muy enferma y que pronto marcharía. De
esta forma, le obsequió representando la luz de la luna lo mejor que pudo a través
de la música, además de querer transmitir el dolor que le provocaba la idea de
la muerte.
Así
mismo, aquí encontramos La noche
estrellada. Es un cuadro postimpresionista pintado en el año 1889 por el pintor
neerlandés Vincent van Gogh
(1853-1890). El óleo fue pintado por el artista durante su internamiento
voluntario en el hospital psiquiátrico Saint
Paul de Mausole, Francia.
En
el cielo nocturno, junto con las once estrellas, se encuentra en la esquina
superior derecha una luna creciente muy luminosa. La luz que desprendía la
luna, junto con la luz de las estrellas, era aquello que más feliz le hacía y
que más le tranquilizaba al artista aquellas noches que pasaba en el psiquiátrico,
ya que le liberaba de toda tristeza. Además, al igual que a Beethoven, al
artista en ese momento le perturbaba la idea de la muerte. Así mismo, en el
cuadro se observa el cielo nocturno, más iluminado que la ciudad, junto con el
ciprés, árbol asociado al luto, oscuro y en forma de llama flamante. Vincent
van Gogh quiso destacar el mundo terrenal y el mundo celestial, reflejando la
vida en el pueblo y la muerte en el cielo.
Por
tanto, ambos artistas plasmaron en sus obras tanto la serenidad y calma que
aporta la luz de la luna, como la angustia que les provocaba la muerte. Dos admirables
formas, aunque bien distintas, de podernos sumergir en la representación de
estas dos ideas.
Es una de las melodías más bonitas que se han creado jamás y ahora que conozco la historia me gusta infinitamente más.
ResponderEliminarAndrea, has unido en una entrada una de las piezas más bonitas (y que más me gustan de la música clásica) junto con uno de los cuadros de Van Gogh, que más valoro. ¡Gracias!
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