Hoy,
como todos los días, me he levantado y me he arreglado para ir a trabajar. Aunque
es invierno hoy hace un día soleado, casi primaveral por lo tanto me he decido por
ir a trabajar andando. Me siento un poco perdida, como si no recordase bien el
lugar en el que trabajo, pero he dejado la mente en blanco y, tras quince
minutos andando por las calles de mi ciudad, me encuentro ante un lugar cálido,
donde se respira paz y tranquilidad.
¿Será
aquí donde trabajo? Es un centro de Educación Infantil y Primaria, se trata de
un edificio grande y moderno, las paredes están decoradas con murales preciosos
sobre libros infantiles y hay unos ventanales enormes que hacen que el edificio
se vea muy luminoso. A un lado del edificio veo dos pistas deportivas aún
vacías porque es temprano, y al otro lado del edificio hay una zona de juegos
muy colorida. Parece un paraíso para los niños/as.
Me
siento rara, es como si estuviese aquí pero sin estarlo. De repente mientras
observo el entorno un niño se ha aproximado a mí y, haciéndome volver de mis
pensamientos, me ha dicho: “¡Vamos seño o llegaremos tarde a clase!”.
Aprovecho
mi hora libre para pasear por el centro y ver de qué manera trabajan mis
compañeros. En la primera clase hay varios profesores explicando matemáticas a
sus alumnos/as de manera muy extraña, parece que están intentando explicar las
tablas de multiplicar usando los dedos. Continúo por el pasillo hasta llegar a la
biblioteca en la que hay varios niños/as leyendo tranquilamente y unos adultos
buscando información. Más adelante encuentro un aula en la que los alumnos/as están
explorando nuevos objetos con la ayuda de las mesas de luz, se les ve muy
concentrados en su aprendizaje. Al final del pasillo veo el aula de expresión
plástica donde los niños/as pintan, crean, disfrutan, etc. Al subir las
escaleras entro en mi aula y veo a mis alumnos/as divididos en grupos jugando a
diferentes juegos de mesa.
En
general los alumnos son felices, se divierten mientras aprenden, cada uno sigue
su ritmo de aprendizaje y hay suficientes profesores para atender a todos como
se merecen. Es todo tan tranquilo y tan relajado que parece el lugar perfecto
para trabajar y para aprender. Pero, cuando me disponía a comenzar mi clase he
escuchado el sonido de una alarma, todo se ha vuelto borroso y al abrir los
ojos he visto mi despertador que marca las 08:30 del 21 de diciembre de 2030.
Era
demasiado bonito para ser real… Me levanto, me visto y me siento en mi despacho
preparada para dar la videoclase de hoy. Alexa me ha organizado la agenda y
parece que no hay tiempo para conversar, debo actualizar el software de todos
mis alumnos/as para que puedan seguir almacenando información y realizar los
tres exámenes de hoy.
Desde
que se implantó el nuevo sistema educativo los alumnos/as ya no tienen que ir
al colegio. Gracias a la tecnología ya no existen aquellos problemas que tanto
nos preocupaban como el acoso escolar. Cada niño/a trabaja desde su casa, ya no
interactúan entre ellos y así no hay problemas de discusiones. Al fin lo hemos
conseguido, hemos creado una sociedad en la que no tenemos problemas con otras
personas a causa de no relacionarnos con otras personas, vivimos solo para
trabajar. ¿Era esto lo que se pretendía con la tecnología?
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