Veamos, a ver por dónde empiezo, que han sido unas horas muy intenas y aun estoy flipando en colores.
En primer lugar, pongámonos en situación; me llamo Martín MacVuelo, tengo 42 años y ahora es 8 de abril de 2019. Y recalco la palabra ahora porque “hoy” es un término muy relativo. Veréis, soy maestro, y llevo unos años ejerciendo como tal. Cuando me he levantado esta mañana (8 de abril de 2019) y he cogido las llaves de mi coche para dirigirme al colegio me he percatado de que no eran las de siempre.
Yo esperaba esto:
Pero me he encontrado esto:
Lo primero que he pensado ha sido un “¿Qué narices?”, igual no me había fijado, pero cuando he llegado al garaje y he visto que mi Citroen C3 había sido cambiado por un DeLorean DMC-12 con su condensador de fluzo y su reactor de fusión Mr. Fusion funcionales he flipado. Si, he flipado, no tengo otras palabras. El día iba a prometer, así que no he desperdiciado la oportunidad.
Recuerdo cuando iba al colegio de crío, menudo tostón de clases. Profesores infumables, temario infumable, algo de lo que desde que soy maestro he intentado cambiar.
Primer destino, estaba claro, tal día como hoy, pero hace un porrón de años, me he dirigido al 8 de abril de 1989, 30 años al pasado, al mismo colegio al que iba yo. Si tengo una puta máquina del tiempo, ¿por qué no aprovecharla? Si, los recuerdos que tenía de aquella época son un poco confusos, así que con todo el tiempo que me salga de las narices.
No se hable más, lleno de basura el depósito que alimenta el condesador de fluzo, me meto en la autovía y acelero hasta alcanzar los 140 kilómetros por hora (en 2019 los coches no vuelan, no es plan de ir causando sensación, ¿no?), cruzando los dedos para que no me cace el radar y... ¡cágate lorito! Cojones, esto ha funcionado. Rayitos por todas partes, un flash grande y me encuentro rodeado de coches de hace 30 años; un 600, un Ritmo, un R19... y yo todo resultón con un cochazo extranjero. Me siento observado.
Me dirijo a mi ex-colegio, aparco en la puerta y me veo entrar al colegio. Rediós, ¡qué jovencito era! ¿Y mi padre? ¡Si hasta tenía pelo! Bueno, que me disperso. Lo bueno de aquella época, era que todo valía, así que me he hecho pasar por inspector de educación y flipa, ha colado. El director se ha tragado mi rollo de que estoy comparando colegios y me ha permitido moverme libremente por el centro. Entro en mi clase, le digo a la maestra que siga dando clase, que yo me quedaré al fondo observando sin decir nada. Tiene gracia, recuerdo aquél día de cole en el que un inspector entró a clase. ¿Quién me iba a decir que aquél fulano iba a ser yo mismo?
Es curioso, me encontraba en 1989 y observo que el funcionamiento de la clase es el mismo que en 2019, la maestra suelta el rollo, los alumnos de dos en dos escribiendo en la libreta, pero joder, el contenido es el mismo, la metodología es la misma. Ostia, hasta los diccionarios del aula son de la marca VOX. Y por no hablar de los pupitres y las sillas, exactamente iguales.
Evidentemente no hay ordenadores en clase. Dudo que en todo el centro haya un solo Spectrum o un triste Amstrad CPC, mucho menos pizarra digital.
Una lástima, la maestra escribe una oración en la pizarra y los alumnos la copian en su cuaderno para posteriormente analizarla sintácticamente.
Decido que tengo suficiente, por lo que vuelvo a mi máquina del tiempo y regreso al futuro, más concretamente 60 años adelante, o lo que es lo mismo, al 8 de abril de 2049, 30 años vista desde mi punto de partida.
Primer sentimiento, menuda mierda el futuro, yo me esperaba coches voladores, robots por las calles, todo limpio. Todo está igual, incluso más sucios. Eso si, los coches son raros de narices.
Llego al colegio, hablo con el director y le convenzo de que soy un antiguo alumno (oye, no me mires así, que tampoco es mentira del todo) y me gustaría ver cómo son las clases actualmente. Como soy un tipo muy simpático (vale, puta casualidad que es la jornada de puertas abiertas) me deja entrar, por lo que me dirijo a una clase aleatoria, y observo.
Observo.
Observo.
Observo.
Sigo observando.
Los alumnos, además de una libreta, utilizan un iPad que ya en 2019 podíamos tildar de desfasado.
La maestra escribe una frase en la pizarra y automáticamente se transcribe en la pizarra digital de la clase. Los alumnos, cogen sus bolígrafos, abren sus libretas y copian la frase. Primero en el cuaderno y después en la tablet. ¡Chúpate esa! ¡Doble trabajo! ¿Adivinas qué han hecho a continuación? Efectivamente, han analizado la oración sintácticamente exactamente igual que hace tantos y tantos años.
¿Adivinas cómo están sentados los críos? ¡Cágate! De uno en uno, ya ni en parejas.
Pregunto por la conexión a internet, me dicen que están instalando el Wi-Fi, que se aprobó el año anterior.
Basta, he visto suficiente, me vuelvo a casa. Me subo a mi flamante DeLorean y regreso a 2019, justo al momento previo a salir de casa a impartir mis clases.
Lo tengo claro, he visto el pasado, he visto el futuro, ¡qué putos cojones hemos tenido como humanidad! ¿De verdad hemos seguido tantos y tantos años haciendo lo mismo?
Desde luego por mi no va a ser, esto lo voy a cambiar como que me llamo Martín.
Crucemos los dedos...
En fin, menudo día.
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