Jueves, 1 de noviembre: Día de Todos
los Santos. ¿Qué mejor forma de conmemorar este día que una asamblea musical
dedicada al tema de la muerte?
Echando la mirada atrás, en el año
1874, el compositor y director de orquesta francés Camille Saint-Saëns (1835-1921)
compuso la que sería una de sus piezas musicales más importantes, esto es, Danza
macabra:
Como sucede con muchas de las obras
pertenecientes a la música clásica, esta composición está vinculada a una
historia o, mejor dicho en este caso, a una antigua leyenda llamada La Danza
de la muerte. Según esta creencia popular, la Muerte personificada aparece
en la noche del 31 de octubre con el objetivo de llamar a los muertos para que
dancen mientras que ella toca el violín. Cuando llega el amanecer, los muertos
regresan a sus tumbas y la Muerte se retira hasta el próximo año.
Como dato curioso, la pieza musical
de Saint-Saëns está inspirada en un poema del poeta francés Henri Cazalis (1840-1909) quien, a su vez, se basó en la leyenda mencionada en el momento de escribirlo. A continuación, se puede apreciar un fragmento de este poema:
Zig y zig y zag, muerte en ritmo.
Golpeando una tumba con su talón,
la muerte a la medianoche juega una canción de baile.
Zig y zig y zag, en su violín.
El viento invernal sopla y la noche es oscura.
Los gemidos salen de los tilos;
los blancos esqueletos pasan por las sombras
corriendo y saltando bajo sus grandes obenques.
Uno de los cuadros artísticos que
mejor refleja la obra de Saint-Saëns es Danza de la Muerte (1493), del
pintor alemán Michael Wolgemut (1434-1519). En este cuadro, donde la muerte es
representada a través de la figura de un esqueleto, se pueden apreciar cuatro
muertos que bailan al son de la música y observan cómo un quinto muerto se
levanta de su tumba:
Otro de los cuadros que merece atención –y que está vinculado al tema de la muerte personificada– es Danse
Macabre (s. XV), del pintor alemán Bernt Notke (1435-1509). En él se puede
observar a la Muerte –de nuevo, representada a través de un esqueleto– bailando
con personas de diferentes clases sociales, desde reyes, pasando por papas y
guerreros, hasta amas de casa y niños. De esta forma, se pretendía poner de
manifiesto que la muerte trata a todas las personas de manera igualitaria,
independientemente de la posición social que tengan:
Dado que la danza de la muerte ocurre
en los cementerios, existen dos piezas musicales que conectan perfectamente con
el lugar donde descansan los muertos. Una de ellas procede del compositor
polaco Frédéric Chopin (1810-1849) y se titula Marcha fúnebre (1839), la
cual nos recuerda al momento en el que las personas fallecidas son
transportadas mediante un ataúd hasta el cementerio:
La segunda pieza musical, y con ella
finaliza esta entrada, es El silencio de Beethoven (s.f.) del compositor
mexicano Ernesto Cortázar II (1940-2004), quien la compuso como homenaje al
alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827). Quizá por su melodía y, sobre todo,
por su título, esta composición nos remite al silencio y al misterio que
caracterizan a los cementerios por la noche:
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