miércoles, 17 de abril de 2019

Actividad V. Educación 2030

Se acabó el baile



Suena el teléfono. Lo alcanzo en mitad del tercer tono. Al otro lado de la línea está Liliana. Me dice que lleva veinte minutos esperando. Vamos a llegar tarde, me dice. Me miro el reloj de pulsera y confirmo que se ha vuelto a quedar sin pila. Es la tercera vez en una semana. ¿Cómo podían vivir antes así? ¿Y cómo nos vamos a acostumbrar nosotros? 

Desde el apagón todo funciona mucho peor. Lo único positivo que se me ocurre es que, aunque las conexiones inalámbricas han pasado a mejor vida, las que funcionaban por cable siguen vigentes. ¿Hasta cuándo? No se sabe, pero por eso nos han puesto a trabajar a todos y a todas en las fábricas y en los campos. Eso, por supuesto, ha tenido sus consecuencias en materias como educación, empleo, sanidad.
 
Salgo de casa y en dos minutos llego a casa de Liliana. Hoy teníamos que estar pronto en la fábrica y ya llegamos con el tiempo justo. Una comitiva de políticos van a visitar la cooperativa para hacer un seguimiento de los avances. ¿Y hay avances? Yo diría que estamos estancados en el tiempo, o más bien como si hubiésemos quedado fuera del tiempo. Antes del apagón vivíamos en una ola de consumismo donde, por mucho que nos esforzáramos, siempre parecíamos ir atrasados respecto a los demás. El tiempo marchaba a tal velocidad que la vida se te escapaba detrás de la pantalla del ordenador. Ahora, sin embargo, la cosa no es mejor. ¿Es que será imposible encontrar el equilibrio? 

Fue el apagón y hubo que actuar. El nuevo gobierno dijo que toda la ciudadanía debía aportar su granito de arena. Emergencia nacional, dijeron. Y lo primero que hicieron fue eliminar la diversión. ¿Para qué quiere uno divertirse cuando está en mitad de una catástrofe de niveles bíblicos? Para nada. Así que fuera la risa y la diversión. Yo, antes del apagón, solía ser profesora de danza. La danza, por supuesto, se convirtió en algo banal y prescindible. De la noche a la mañana me quedé sin trabajo. Así pasó con muchas especialidades. La educación no daba de comer. Las fábricas de envasado sí. Por eso ahora trabajo en una fábrica de envasado. 



Enfilando ya la avenida Principal, muy cerca de nuestra fábrica, Liliana ha tropezado y ha estado a punto de caerse. Al principio se ha asustado porque pensaba que se había torcido un pie. Cuando ha visto que tenía el tobillo perfectamente se ha echado a reír. Llegábamos ya tardísimo así que hemos empezado a correr. En la puerta de la fábrica nos estaban esperando varios miembros de la jefatura. Nos han dicho que estábamos despedidas. ¿Por qué? Hemos llegado tarde por error. Ya, contestó uno de ellos, pero hemos visto cómo os reíais. No he podido aguantar más y le he dicho: pero ¿no os dais cuenta de que es un regla absurda? ¿Por qué no podemos reírnos? Me ha mirado con ojos iracundos y me ha dicho, muy serio: Porque esto es una fábrica de sardinas, y las sardinas no se ríen. 


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